jueves, 17 de mayo de 2007

ANECDOTAS DEL COLEGIO



Este Post nace después de leer en Las Crónicas de un Marciano la "Reforma Educacional"

EVALUACION
Si en mi época hubieran existido la evaluación en la educación, muchos de mis profesores habrían quedado sin pega, me acuerdo del Perro Guzmán, profesor que me enseñaba Matemática. Geometría y Física. Sus clases eran muy entretenidas y nos calificaba por nuestro sentido común, materia poco y nada pasaba y dictaba para que escribiéramos, nos hacía preguntas de ingenio que cada uno debía responder y el que contestaba correctamente avanzaba un lugar en las filas, me explico: la clase tenía 7 corridas de asientos y le preguntaba al 3º de la segunda fila, si este no sabía la respuesta, seguía con 4º (decía: “El otro que sigue”) y así hasta llegar al que respondía correctamente y si no contestaba nadie, seguía con el 1º de la 1ª fila. El que respondía correctamente abanzaba de lugar, donde comenzaba a preguntar, y en el caso que nadie supiera y comenzara con el 1º de la 1ª fila, se sentaba en el primer lugar y todos nos corríamos un lugar.
A final de mes cuando nos calificaba era de la siguiente forma, la fila 1 un 7, la 2 un 6, la 3 un 5, la 4 un 4, la 5 un 3, la 6 un 2 y la 7 un 1. Este profesor era conocido por su sistema de educación y nadie lo criticaba, nos hacía ir a clases durante TODO el año los días Domingos a las 6.30 de la mañana y a esa hora cerraba la puerta de la sala y si llegabas tarde te quedabas afuera y más encima debía escribir 1.000 veces “No debo llegar tarde a clases de Matemática” y llevarlas a su casa ese día a las 3 de la tarde. O sea me tocó vivir además una dictadura educacional con un viejo loco que me hizo reír mucho por sus escapadas y peinadas de muñecas.


ABUSO DE AUTORIDAD
En mi paso por el Colegio San Ignacio el Rector, el Padre Jaime Corréa, de la congregación Jesuita; cuando nos sorprendía en alguna mala acción (para el) nos levantaba de nuestros asientos de una oreja o de las patillas haciéndonos chillar como barracos. Más de una vez comenté esto con mis padres y ellos respondían: “Pero como, si es un padrecito y son tan buenos”. También estaba el Padre Vargas que siempre nos saludaba con una bofetada, al final nadie quería saludarlo y lo evitábamos.